Nuestro amor a Cristo no nace en el corazón hasta que vemos cuan grande es Su amor hacia nosotros. La palabra nos dice “Nosotros le amamos a Él porque Él nos amó primero” 1 Jn 4:19. Nadie podría imponerlo, ni nosotros mismos pudieramos obligarnos a amar a alguien a quien no conocemos. El que se enamora no llega a amar en realidad hasta que conoce a su pareja. Ese amor de pareja nunca será el mismo desde el momento en que nace, siempre irá en aumento mientras transcurre el tiempo. Lo mismo ocurre con nuestro amor al Eterno Padre.
Por medio de alguien es sembrada la semilla de amor en nuestros corazones pero no aprendemos a amar a Dios por las experiencias de otros sino por lo que vivimos y experimentamos al reconocerlo y relacionarnos con Él, "Yo sembré, Apolos regó, pero Dios ha dado el crecimiento" 1Cor. 3:6.
El amor de Dios es más que un sentimiento que nos emociona, es esa fuerza sobrenatural que proviene de Su corazón la cual nos apasiona más y más por conocer los misterios de Su gloria. Su amor es el estímulo, la potencia, el ímpetu que nos mueve a desear más de Él en nosotros.
"...a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios" Ef. 3:17-19.
Es el amor de Dios el Padre que nos hace llevar una actitud de obediencia con un corazón dispuesto a Su próposito en nosotros. Somos impulsados a hacer Su voluntad porque Su amor nos motiva ha creer en Él.
Amar al Padre Eterno se hace real cuando abrimos el corazón con entrega total y sinceridad para que sea entonces Él quién gobierne. Una vez que Su amor es descubierto al alma no se puede resistir. Vendrá como río potente y fuerte arrastrando todo mal y estableciéndose en nosotros. Todo lo muerto vivirá y todo lo que en tinieblas ha estado se alumbrará.
Conoce a Dios Abba, el Padre y conocerás Su amor.
Conoce Su amor y ADORA CON TU VIDA.